Wednesday, February 27, 2008

cartuchos negros ...




Ayer me llegó una carta en un sobre de invierno. Me dijo cosas que no creí siquiera que pudiesen imaginarse, pensarse o representarse. La aduana tenía forma de aeronave y ella iba sentada cómodamente y cómodamente cruzó el cielo. Sus palabras fueron trazos de amor ido y ahora esperan el regreso. Y recordé que hace mucho tiempo, cada vez que recibía correo, siempre sentía como que me llegaban junto a gélidas emociones, pero esta carta fue capaz de abrigarlas, todas.

Henchida de silencios llegó, y en cada silencio un coro de sirenas. Carecía de tristezas, de dolores desordenados. En un margen me llegó un borde y en ese borde había un árbol y yo lo reconocí como hogar de mis frutos.


Antes de abrirla pensé en promesas, pero lo archivé en el olvido de mi memoria. Al volver a restaurar esa misma memoria y cambiar la tinta de su pluma, lloré sin lágrimas y me sentí pequeña, muy pequeña, como cuando uno tiene cinco años y te regalan un cuento. Entre sábana y almohada la alojé y ahora, esa misma carta, llena el desvelo con su lejano olor.




Ayer la chica de correos tocó el timbre de mi puerta y al depositar mi carta en mis manos rememoré un rostro que nunca tuve entre mis manos. Y sentí que yo debía hacer lo mismo porque hace tiempo que yo tampoco escribo cartas con mi pluma y el temor de perder mis trazos, inundó la entrada. Esta carta cruzará el mismo cielo, subida cómodamente en esa misma aduana con forma de aeronave y llegará a su destino, esto es, mi destino.


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